Desde nuestra creación en 1894 las personas han sido siempre las grandes protagonistas de nuestra historia. Hoy damos continuidad a la sección «Conoce nuestra historia», en la que vamos desgranando la trayectoria centenaria de la Asociación Gregorio Ybarra, de la mano de algunos de sus protagonistas. En esta ocasión contamos con el testimonio de Covadonga Torres, actualmente la alumna más antigua e historia viva del Colegio de Sordos Gregorio Ybarra.

Covadonga Torres nació en Basauri en 1928. Sorda de nacimiento, permaneció escolarizada en el colegio de sordos en Deusto unos 10 años, entre 1931 y 1946, de forma interrumpida por el estallido de la guerra civil en 1936, periodo durante el cual el colegio se trasladó provisionalmente y más tarde hubo de cerrar reconvertido en hospital. Posteriormente fue socia fundadora de la primera Asociación de Sordomudos de Vizcaya, como se designó en aquel entonces.

¿Qué fue lo mejor de tu paso por el colegio de Deusto?

Fue un momento en mi vida que nunca olvidaré. Me escolarizaron interna a los 3 añitos siendo la alumna más pequeña del colegio. Era una niña rubia preciosa, muy viva, curiosa y observadora, algo inquieta y un poco traviesa. Captaba la atención de todo el mundo y despertaba la compasión del presidente de la Junta del colegio, Gregorio Ybarra, a quien recuerdo con inmenso cariño. El decidió que podía quedarme allí de forma excepcional. Era muy bueno conmigo. Solía saludarme cuando me veía por el colegio y siempre jugaba conmigo. El director por entonces era don Juan Calvo.

En el colegio aprendí a leer y a escribir. También teníamos clases de comunicación oral, de lectura labial y de baile; eran mis preferidas, me encantaban. Las monjas, Hijas de la Caridad de Santa Ana nos acompañaban en nuestra educación y nos enseñaban a bordar. Lo más duro para mí eran las clases de fonética, donde aprendíamos a pronunciar los diferentes fonemas; a mí me costaba mucho.

Las monjas vivían en la última planta del edificio. Recuerdo a Sor Inocente y a la hermana Dominica. Ataviadas con unos tocados muy llamativos se reunían en sus aposentos para hacer sus labores. Me ordenaban que imitara la forma de andar de cada una. Era capaz de imitar a la perfección sus gestos faciales y a mí me encantaba porque lo hacía muy bien y les hacía mucha gracia.

¿Cómo y cuál era el medio de comunicación habitual empleado en el colegio?

Durante nuestro tiempo libre nos expresábamos en lengua de signos con total libertad y por lo general no nos ponían ninguna traba, salvo alguna monja excesivamente estricta que nos llamaba la atención por hablar con las manos, en lugar de emplear la comunicación oral.

¿Qué recuerdas con más cariño del colegio?

Recuerdo con gran cariño a mis compañeras de colegio. Seríamos grupos de unas catorce en cada clase, solo niñas, por supuesto. En aquella época las niñas y los niños estábamos completamente separados y vivíamos en una especie de clausura. No permitían que nos cruzáramos si quiera en la puerta de entrada al edificio. Eran formas de educación propias de su tiempo en instituciones de beneficencia.

En esta fotografía aparezco impecablemente uniformada a la edad de 5 o 6 años junto con algunas de mis compañeras. Sería hacia el año 1933-1934. Era la más pequeña. En esa imagen recuerdo a Teresa (sentada a la izquierda), María Luisa (en el centro) y Eugenia (encima de mí). El niño pequeño que aparece en una sillita era el hermano de alguna de ellas, un niño oyente con alguna discapacidad, que nos visitaba ese día.

Yo era una niña lista, espabilada, muy líder y tenía mucho carisma entre mis compañeras. Mis amigas me reservaban una silla en el centro de todas para que me sentara con ellas y les contara historias. Cuando formábamos en fila antes de entrar en el comedor o en el aula, una compañera que me adoraba se acercaba adonde mí y me llenaba de besos y abrazos. A las monjas no les gustaba nada este protagonismo. Cuando progresábamos adecuadamente en el aprendizaje ascendíamos de nivel. En 1946, a mis 18 años casi había alcanzado el último curso. Decidí continuar aprendiendo por mi cuenta y abandoné el colegio.

Actualmente estoy jubilada y soy la alumna más antigua del colegio de Deusto. Es un honor y un placer rememorar esos recuerdos para la Asociación Gregorio Ybarra, heredera y sustento del antiguo colegio colegio de sordos.